Viaje bendecido

Tanto al ir hacia Vielha como al volver, tuvimos un viaje bendecido porque nos hizo un tiempo estupendo, el cielo limpio y azul nos permitió ver las montañas en todo su esplendor, pudimos comer en las terrazas junto a paisajes maravillosos y la carretera estuvo libre para nosotros solos. Da gusto viajar en temporadas bajas. A la ida, nos paramos en Jaca para admirar su maravillosa Catedral. Nos paramos en su pórtico renacentista, sacamos unas fotos allí mismo y entramos por la puerta trasera donde apreciamos los artístivos capiteles en las columnas laterales, algunos como si fueran campanas; el altar mayor presidido, no por un retablo sino por los tubos del órgano, y nos pareció muy bonita la Capilla de Santa Osoria de puertas acristaladas. Admiramos el resto de la arquitectura de una de las mejores catedrales románico-góticas que impresiona por su especial belleza. Paseamos Jaca por su calle Mayor y las paralelas. Nos pareció que la ciudad había mejorado mucho desde la última vez que la vimos hace unos 10 años, más moderna, con mucha hostelería y tiendas orientadas al turismo. Nos pusimos en carretera y llegamos a Ainsa, un pueblo catalogado como uno de los más bonitos de España. Hacía mucho calor y antes de visitarlo comimos plácidamente un menú de la región: la ensalada de tomate de Barbastro con mucho sabor, las migas, la longaniza al horno, el guiso de ternera y de postre una original sopa de pera a la menta con helado de limón. Para bajar la comida subimos sus muchas empinadas cuestas y escaleras, fatigosas e irregulares, hasta el casco medieval. Las casas lucían con esa piedra marrón de la región, la curiosa iglesia en cuesta, los restos del castillo y el cuadrilátero de sus inmensas murallas, las interesantes navajeras o transportadoras de madera por los ríos, la amplia y acorralada plaza mayor y el precioso paisaje que se vislumbra desde todos los miradores del pueblo, con el Monte Perdido al fondo y sus más de 3.000. Había fiestas y un ambiente muy animado en sus terrazas. Nos volvimos a poner en marcha hacia nuestro destino por unas carreteras montañosas, con numerosas presas, casi siempre al borde del río y llegamos a descansar a Vielha. A la vuelta del viaje, tras pasar unos días en plena naturaleza, bajamos cruzando el Pont de Suert y parando en un bar donde vendían obras de arte de chocolate tan atractivas que no pudimos resistirnos a venir con una rica tableta con frutos rojos. Tras más de 3 horas, llegamos a Loarre. Hacía mucho calor. No pudimos comer en su hospedería, pero lo hicimos en el Camping una comida a la brasa, con entrantes a la mesa y luego conejo y codornices asadas. Con las ganas que yo tenía de comer conejo a la brasa con su alioli durante la semana que estuvimos en Vielha, resulta que me lo encuentro allí, en un sitio donde la vista se pierde en el horizonte. El castillo románico de Loarre lo visitamos por la tarde y fue una delicia disfrutar de este inmenso y majestuoso castillo palaciego por el que corría una deliciosa brisa fresca en todo su entorno. Tras recorrerlo, esperamos ver llegar la puesta de sol desde su majestuosa atalaya y volvimos a casa.
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