Novena a la Virgen del Carmen

Este año me topé de repente con el comienzo de la novena a nuestra Señora del Carmen, era domingo de San Fermín, por la tarde, y el acontecimiento se me apareció de repente, no sé cómo lo supe, pero la voluntad se puso en marcha y hacia allí me encaminé guiada por una sana curiosidad interior. Era una llamada. Nunca había estado en una novena y no sabía si iba a sobrellevar el rezo de los rosarios seguidos durante sus 9 días desarrollo. Entré y la primera mirada fue hacia la imagen de la Virgen que allí estaba impactante, rodeada de luz en tonos marrones y azules, con unos lazos que salían de sus manos y acababan unos cuantos metros después en unas ondas suavemente trazadas rematadas por unos escapularios que se depositaban a ambos lados del altar encima de un reclinatorio para poder ofrecerles devoción. El ambiente del templo era muy acogedor, con el suave sol de la tarde entrando por los pocos y altos huecos de luz que tiene la neoclásica iglesia. Comenzó el rosario, hipnótico, relajante, alimentado de rezos a modo de mantras de paz, como un bálsamo sanador que daba deleite y satisfacción, despejando la mente y sembrando alegría desbordante, llenando el interior de emoción, de mensajes efectivos que dan sentido a tu vida. Si me hubieran contado antes el efecto, no me lo hubiera creído. Me quedé con tan buen gusto de ese primer rosario, con unos rescoldos de calor, íntimo y agradable, que al día siguiente volví y al otro también y así los 9 días completos de la novena. El día de la Virgen del Carmen, 16 de julio, acudí de madrugada a su rosario de la aurora, cuando la pasean por las huertas que tienen los monjes carmelitas tan exuberantes y bien cuidadas, luego hubo misa solemne en su honor y fue mucha gente a honrarla, pero de toda esta experiencia, yo me quedo con los ratitos de intimidad que sentí con Ella durante las tardes de la novena.
0 comentarios