Por la Estafeta

El sabado 9 de marzo fuimos a Pamplona a celebrar el cumpleaños de Pedro con Patty y Lourdes, su madre. Aplazamos la fecha porque ha hecho tantisimo frio que no hubiéramos disfrutado del paseito por esta calle del mundo mundial llena de turistas y de animación. Comenzamos con la obligada visita a San Fermin en su propia iglesia, oimos misa y de paso le pedimos protección que nunca viene mal. Después nos dirigimos hacia el ayuntamiento, donde nos sacamos una graciosa foto tras la barrera que allí se queda perpetua para que te hagas una idea de cómo es el encierro. Bajamos hasta los rediles donde guardan a los toros y volvimos a saludar al Santo resguardado en su hornacina de pared cantandole su famosa canción cuya letra te la facilita un discreto cartelito en euskera y gaztelaniaz. Solo nos faltaba el periodico enrollado para darle mas emoción. Subimos la cuesta pasando junto al mercado y llegamos de nuevo al ayuntamiento. Comenzamos el recorrido de Estafeta hasta que vimos a la derecha una cuestita que subia a la plaza del Castillo y hacia allá fuimos para tomarnos un cafecito en el hemingwero Iruña. A Lourdes le encantó este café, tan donostiarra como es ella, tan glamouroso, con esos espejos inmenos y unas arañas espectaculares. A la salida nos quedamos ante la estatua acodada en la barra del Hemingway para sacarnos la consabida foto que encima sale muy bien pues parece que el Ernest cobra vida y te está escuchando con cara interesante. Salimos hacia el hotel la Perla donde creo que en todas las habitaciones debió dejó huella este sonado personaje tan amigo de las fiestas, bebidas y comidas, y que fué el lugar en el que escribió su novela Fiesta. De vuelta a la Estafeta, nos dirigimos hacia la plaza de toros, la tercera mas grande del mundo y nos imaginabamos en 3D todo lo que vemos sin dimensiones en la tele durante la semanita de los encierros, que antes no me los perdia y hace años ya me han terminado de aburrir. Poco a poco disfrutando del panorama y tomando nota de los dias, horas, minutos y segundos que quedan para el txupinazo en un reloj digital del principio de la calle, nos tomamos un pintxo de txistorra en el Gaucho, que menos mal que estaba bueno porque fué carisimo, 4 pintos de txistorra y 4 vinos nos costó lo mismo que uno de los menús de fin de semana que comimos en el Nire Etxea, un restaurante de la calle Mercaderes lleno de enormes coloridos cuadros al óleo donde el estofado de toro me supo a gloria y todas las raciones fueron muy generosas. Tras tomarnos el cafecito, visitamos por fuera la catedral y volvimos a casa. Por el camino, los efluvios de la comida hicieron efecto y nuestras dormidas acompañantes no se enteraron del viaje hasta llegar a destino. Como era de esperar no pudimos cenar y afortunadamente nuestros estómagos permanecieron tranquilos sin darnos guerra nocturna. Al dia siguiente nos watsapeabamos preguntandonos qué tal habiamos pasado la noche y la respuesta generalizada fue muy positiva. Gracias San Fermin.
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