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Monasterio del cister

Monasterio del cister

Este monasterio navarro del siglo XII, Monasterio de Iranzu o de Santa María del Helechal, hoy felizmente restaurado, está situado a una hora de casa, camino de Estella, y como buen lugar de espiritualidad, está enclavado en un bonito paisaje entre montañas y ríos. El monje de la orden Teatina que nos recibió a la entrada al convento, donde había una curiosa exposición de las cañerías medievales de las excavaciones, nos explicó con ilustrada paciencia y claridad, que aunque en un principio hubo una comunidad de monjes benedictinos, poco después, en el siglo XII llegaron los monjes cistercienses, creando el primer monasterio cisterciense de la península edificado segun sus estrictas normas: «en el fondo de un valle cerrado, cerca de un río en el que el agua fluya generosamente y, como horizonte, el cielo para estar más cerca de Dios». Los monjes cistercienses eran considerados como los mejores agricultores de Europa, y vivían de los beneficios que generaban sus explotaciones. Este Monasterio llegó a reunir variadas propiedades entre tierras de cultivo, pastos, iglesias parroquiales, pueblos enteros....que se extendían por toda la península. Los monjes lo habitaron hasta 1839 al ser expulsados por la desamortización de Mendizabal, y el Monasterio permaneció abandonado hasta 1943, cuando los padres Teatinos se hicieron cargo del lugar comenzando, junto a la ayuda de la Diputación navarra, una titánica restauración que ha culminado en la recuperación de la espectacularidad que este monasterio, situado en un enclave de contemplación y silencio, el mismo que tuvo en un principio. Durante de la visita, destacaba el claustro que se ve en la foto, tan simétrico en sus esquinas que pareciera que hubieran puesto un espejo al otro lado, con esos preciosos arcos apuntados con trilóbulos interiores y ojos de buey de elaborada tracería, propios de un gótico pleno. En él se situaba el curioso lavatorio con templete, donde hay una gran fuente exagonal que amplía el claustro al introducirse en el jardín. Accedimos al templo, de inspiración cisterciense francesa, potente en sus columnas, con un órgano portátil que llevaba ruedas; la cocina con su alta chimenea central; lo que fue el refectorio; las salas de castigo donde los monjes se sometían al silencio y la abstinencia, y su amplia sala capitular, presidida por la Virgen de Iranzu, cubierta de bóvedas con nervios, el lugar más terrenal del monasterio donde se decidían los asuntos mundanos y se elegía al abad. Afuera podías apreciar el lugar en el que estuvo el amplio hospital, que acogía a toda la gente que allí llegaba enferma y que debido a las pestes sucesivas, la población de monjes en el intento de sanar a sus enfermos, mermó considerablemente. En un jardín interior estaba la recogida y primitiva ermita de San Adrián, donde una pequeña comunidad monástica existió antes de edificarse el monasterio. Rodeando al monasterio hay bonitos y frondosos lugares de paseo y esparcimiento, que invitan a pasar el día y comer al aire libre disfrutando de la paz del lugar, una maravilla.

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