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Más costa asturiana para despedirnos

Más costa asturiana para despedirnos

Las excursiones por Asturias terminaron visitando algunos lugares que no conocíamos. Por ejemplo Luanco, un lugar ligado a la pesca de ballenas y a una importante actividad conservera, que nos sorprendió gratamente porque vimos mucho ambiente de voleybol en su playa, tenía paseo marítimo, palacios, bares de puerto y una interesante iglesia, la de santa Maria de Luanco, con un Cristo milagroso que en siglo XVIII evitó que unos marineros naufragaran frente a la costa. La historia cuenta que una galerna sorprendió a 200 marineros en sus barcas en plena faena. Viendo que no podían llegar a puerto, los vecinos llevaron en procesión al Cristo hasta el faro y de repente la tormenta amainó y se salvaron todos ellos llegando sanos y salvos a puerto. Aquí estoy delante de la iglesia. Enfrente hay una isla donde llevan en barco a la Virgen del Carmen el dia de su fiesta asegurando que protege a los pescadores desde este enclave. En el puerto había unos paneles informativos con la historia del lugar y resultan muy interesantes: los marineros, sus mujeres y los niños, son homenajeados en esas ilustraciones para que nunca se olvide la dura vida que tuvo la gente en aquella época. Tras Luanco nos dirigimos al pequeño faro de Candás, escondido entre la maleza de su punta rocosa, prestando su servicio igual que el faro más importante de la costa. Poco más adelante llegamos al faro del cabo de Torres, en la zona arqueológica de Gijón, comido por el superpuerto que ha llegado hasta su mismo enclave. Este faro es un didáctico museo abierto donde se detallan la historia de la zona desde la época greco-romana hasta nuestros dias y los faros de la costa, sus formas de funcionamiento ... además de la explicación de la construcción moderna ganada al mar en la bahía de Gijon.

Cuando nuestra visita a Asturias llegó a su fin, en el camino, cercano a Ribadesella, encontramos un restaurante extrañísimo ubicado en un alto transformado en un elegante campo de golf montañoso, la Rasa, cuyos simpáticos camareros y un chef con acento italiano nos acogieron con calidez y nos dejaron sentarnos donde quisimos en una cabaña de madera decorada con gusto. Allí comimos estupendamente mirando a los golfistas intentando embocar con los menos golpes posibles sus bolas en los hoyos. De vuelta, con el puerto de Estacas con niebla, llegamos a Espinosa de los Monteros para tomar un café con unas italianas, estas galletas de toda la vida, tan ricas y mantecosas.

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