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En una casa del imperio romano

En una casa del imperio romano

En el Museo de las Villas Romanas, en Valladolid, nos encontramos con un conjunto de edificaciones y restos arqueologicos que nos llevaron directamente al siglo IV de nuestra era, donde comprendimos y conocimos un poco más de la vida romana desarrollada como forma de vida rural. Esta inmensa construcción formó parte de la actividad económica agropecuaria del momento y nos asombró porque su tamaño excede de lo que habitualmente hemos visto en otras excavaciones de la época romana, centrada mayormente en ciudades como Pompeya y Efeso. Con el fin de divulgar los restos arqueológicos allí encontrados, se ha construido una zona cubierta con pasarelas por donde vas descubriendo las diferentes estancias que tenía aquella lujosa hacienda de más de cuatro mil metros cuadrados. Se ven con claridad los diferentes espacios que había en la villa, empezando por su entrada, seguida por varios peristilos con jard¡nes, alcobas, zonas para almacenes y dependencias del servicio, los numerosos comedores y salones, algunas de ellos con el suelo tapizado por mosaicos maravillosos con motivos geométricos y florales, otro con una escena del caballo Pegasus, el favorito del dueño; el mosaico de los peces con motivos marinos que cubre al suelo de las amplias e imprescindibles termas en las que destaca su potente sistema de calefacción. La impresión que recibes de aquello es la de haber sido un próspero lugar acomodado y de muy buen gusto.

Al lado hay un completo museo donde se da cuenta de todos los aspectos de la sociedad romana, su economía, adelantos y descubrimientos, su medicina, el ocio, juegos de niños y de mayores, arquitecturas, creencias religiosas incluso recetas de cocina...todo muy ameno. Hay restos de paredes con las pinturas al temple que utilizaban formando sofisticados motivos con variados tonos de color tierra, audiovisuales, maquetas y valiosas piezas originales. Todo ello conforma una auténtica atmósfera romana donde es fácil apreciar el sentimiento y la forma de vivir de los romanos que vivían en el campo en plena naturaleza. 

Después pasamos a visitar la reproducción de una casa señorial del Siglo IV que estaba decorada con todo su esplendor y realismo, tanto que incluso ha servido para rodar series datadas en esta época. La entrada, con despachos en ambos lados, destinada a recibir a los clientes y proveedores, da paso al jardín central o peristilo, donde prescindieron del pozo porque se surtían fácilmente de agua gracias al río que pasaba junto a la finca. Este patio porticado conducía a las habitaciones de los propietarios, las de la dueña, con su vestidor y espejo de bronce a tamaño natural, el comedor con su tricliniums, el semicircular salón para celebraciones, la cocina y sus despensas con las habitaciones para el servicio, las letrinas compartidas y por supuesto, las termas con sus piscinas y mesas para masajes. Las paredes pintadas, las ventanas y techos, los muebles y enseres de la época, daban cuenta del pasado lujoso que vivió esa parte de la sociedad hace casi 1.600 años.

Segun dicen, la hacienda la ocuparon de seguido cuatro generaciones de romanos hispanos y el abandono de la villa probablemente coincidió con el principio de la ocupación visigoda, aunque todavía no se sepa bien por qué un buen día sus moradores hicieron las maletas, empaquetaron todo, hasta los muebles, y se marcharon de allí a no se sabe dónde, comenzando la decadencia y el expolio de esta lujosa villa rural hasta que fue resucitada a finales del siglo XIX cuando los campesinos comenzaron a encontrar numerosos restos, descubriendo sin querer lo que había sido esta gran villa.

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