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Faros asturianos

Faros asturianos

Estos dias que hemos estado en Asturias, alojados en Avilés, nos ha dado tiempo para recorrer parte de la costa de acantilados de vértigo que tienen estas tierras. Subimos hacia el norte, a Luarca con el fin de encontrar una pastelería de cuento perdida entre caseríos que me sugirió mi prima, pero sólo abren los fines de semana, así que me evité degustar el espectáculo de dulces que me prometía y también echar unas cuantas dulces calorías a mi cuerpo. Como quedaba de paso, subimos hacia el faro del cabo Busto que ya lo conocíamos. Hay un paseo muy bonito con varios miradores que rodean los acantilados, donde cortinas de enredaderas floridas caen como cascadas de colores hacia el mar. El paisaje recortado y ondulado es infinito y también puedes ver faenar a algunos barcos de cabotaje. Con intención de ver más faros, nos pusimos en camino hacia el faro de San Agustín, el nuevo, de libro, rayado en horizontal y el viejo con su campana de otros tiempos. Al lado estaba el coqueto parque de Navia con la ermita marinera del Carmen y un memorial que rendía homenaje a los marineros que nunca volvieron a su hogar. En ruta, coincidimos con un restaurante poligonero, el Rio Tinto, donde comimos como si fueramos después a cavar zanjas. El pote asturiano estaba lleno de olorosos embutidos del país, los potentes filetes rusos y el pastel de beicon no nos dejaron sitio para saborear el postre tipico, un arroz con leche que se desbordaba del plato. Después llegamos a Tapia de Casariego y nos encantó. Contemplamos a los surfistas bajo un reloj de sol perfectamente alineado. Seguimos el cuidado sendero hasta llegar a una playita con un monumento al surf. De allí serpenteamos la costa hasta llegar al puerto pasando por una piscina que antes fue una cetárea donde balleneros vascos faenaron con los asturianos. Del puerto pasamos a la isla del faro por un paso con pared protectora de olas, que algo ya nos salpicaron y allí estaba en un alto faro de la isla de Tapia que pudimos fotografiarlo desde el espigón adentrado en el mar protegiendo su pequeño puerto. Luego llegamos a Navia y anduvimos por su playa cerca de los olorosos eucaliptos y también por la pasarela de madera con forma de barco en su espigón. Con pena por haber estado más tiempo en Navia contemplando las olas y su ciudad, nos dirigimos a Luarca pueblo, cuyo casco viejo se extiende a lo largo del pueblo dividido por su ría. Allí vimos la casa donde nació Severo Ochoa y nos paseamos por al gran puerto en forma de bahía lleno de pequeños bares soleados. Cansados de un día tan aprovechado, volvimos a Avilés y cenamos una buena ración de queso de Cabrales que nos supo a Asturias y cuando llegamos al hotel nos tomamos una copita de champán fresquito.

Al dia siguiente, mi cumpleaños, teníamos muchas cosas por ver y hacer.

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