A diez mil kilómetros de distancia

Este mes de marzo nos traía un viaje de los de fuertes vivencias y aprendizajes: hemos estado nada menos que en la lejana, enigmática y tecnológica Korea del Sur. Las interminables horas de avión, el jet lag de entrada al país y luego de vuelta a casa han sido duros. La comida allí es muy extraña y la comunicación directa con la gente imposible, incluso con el traductor directo de coreano a español. La tarjeta Sim que traíamos de casa no funcionaba, pero pudimos comprar otra en el aeropuerto. La GPS de Google tampoco funcionaba pero pudimos sustituirla por otra aplicación parecida y menos mal porque moverte por allí es muy difícil, hay cuestas y zonas modernas con avenidas que se interrumpen por zonas antiguas de serpenteantes callejuelas. En este pais tan moderno todo se paga con tarjeta. Los letreros están en caracteres koreanos y no te enteras de lo que se anuncia, así que con el traductor en la mano todo el rato. Los madrugones del recorrido, los horarios, convivir con un grupo, tener poco tiempo libre para visitarlo por tu cuenta, ha sido molesto, pero todo lo que hemos vivido estos días será inolvidable. El país nos ha encantado, está en una península con una costa preciosa adornada de islas e islotes; templos entre la nieve y templos colgados de acantilados, Budas en ambientes que invitan a la relajación, mercados de todo tipo de cosas y de tamaño infinitos, carritos limpísimos de comidas callejeras, impecables puestos de pescados y mariscos desconocidos; poblados de tejados de prieta paja atada, teleféricos kilométricos de paisajes cautivadores; museos tradicionales y museos modernos asombrosos; el Memorial de la Guerra te deja sin palabras; hoteles impactantes con su wc motorizado y calentito que echamos en falta ahora; tambiéndo dormimos al estilo tradicional encima de un futón; tumbas en túmulos redondos por ambos lados de la carretera; restaurantes con su infiernillo de brasas con aspiración incluida; chicas guapísimas y gente muy bien vestida; rascacielos de paredes de cristal y pantallas gigantes; sus divertimentos en los locales de fotomatón; coches nuevos de diseños no vistos en nuestro mundo…y más cosas que nos hemos quedado sin poder ver por falta de tiempo. Volveríamos a visitarlo sin dudar, sobre todo para pasar unos días en la capital y seguir asombrándonos con su imparable tecnología conjugada con el respeto a sus tradiciones. Aquello es el futuro. Este país está entre las 10 mejores economías del mundo y sólo tienen un 3% de paro. No nos necesitan, excepto para que compremos sus productos que son de una gran calidad. Por supuesto que me traje un buen lote de sus cremas de belleza, así como un estiloso juego de cuchillos y unas pelotas de ping-pong.
En el recorrido por la geografía de este asombroso país contemplamos: el Palacio de Gyeongbokgung con su cambio de guardia y la gente vestida al estilo tradicional, el Museo Folclórico Nacional, el monte Seorak, donde visitamos el templo de Shinheungsa entre la nieve; los templos marinos de Naksansa colgados de los acantilados; Andong Hahoe Folk Village, uno de los pueblos tradicionales más famosos del país y que es patrimonio de la humanidad, famoso también por sus máscaras Hahoe; visitamos Gyeongju y su templo de Bulguksa, templo principal de la orden Jogye del budismo coreano que alberga varios tesoros nacionales, como las pagodas de piedra Dabotap y Seokgatap. Subimos a la Gruta de Seokguram, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, desde donde pudimos disfrutar de las vistas del Mar de Japón. Construida entre los años 742 y 765, esta antigua ermita alberga algunas de las esculturas budistas más increíbles del mundo. Está metida en una gruta y los japoneses la dañaron cuando se la quisieron llevar, es la Gruta de Seokguram, junto a ella hay un paisaje de montañas; el complejo de tumbas de Daereungwon, donde se encuentra la misteriosa tumba de Cheonmachong, lugar de enterramiento de un rey desconocido y excavado por primera vez en 1973. Puedes entrar dentro y ver un museo con las joyas encontradas y otros útiles y piedras preciosas; el Observatorio astronómico más antiguo de Asia, en forma de torre de estilo jarra redondeada de unos 8 m de alto y abierto, con un cuadrado en el centro para mirar las estrellas; el emblemático puente colgante de Busan, que se extiende a lo largo de 7,4 km y rodea Busan hasta U-dong; visitamos Gamcheon Culture Village, un pueblo costero recuperado y reconstruido en la ladera de una montaña muy bohemio; el mercado de Gukje y al mercado de pescado de Jagalchi; Tongyeong, histórica ciudad portuaria conocida por su importante patrimonio marítimo y subimos en teleférico al monte Mireuksan; Donpirang Mural Village, un pueblito en cuesta, para admirar su arte callejero y sus murales pintados; Yeosu y la bahía de Suncheon con sus humedales; la aldea tradicional de Naganeupseong; Damyang y el frondoso Jardín de Bambú Juknokwon; Jeonju y su exótico alojamiento típico coreano donde dormimos en un futón. En Seúl anduvimos por las calles del distrito de Myeongdong; bajamos hasta el inmenso Memorial de la Guerra y subimos a la torre N. El callejeo urbano de más de 10 km y la ultima botellita de champán nos dejaron muy relajados para afrontar la vuelta a casa de más de 12 horas de avión y 4 horas más a destino. Como todo transcurrió felizmente, volvimos a casa muy contentos recordando lo vivido que será inolvidable.
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