El viejo nogal

Hacia mucho tiempo que no ibamos a comer a nuestro sitio favorito del pantano y ese viernes de noviembre, aunque estaba nublado, allí aparecimos a comer nuestra ensalada de chipirones. Estábamos solos como es habitual por estas fechas y aunque ya no se puede tomar el café en el jardin con los pies tocando la hierba, estuvimos como siempre muy a gusto y relajados observando la quietud del agua donde se refleja la vegetación del monte San Juan frente a la isla de los conejos. Luego nos dimos el paseito bordeando la orilla y llegamos donde hace unos años estaba el lavadero del pueblo pegado a la pared de una casita en la que el padre de Pedro guardaba la lancha en la que solían pasearse juntos la mañana de los domingos cuando era un niño. Esta casita ya no existe pero allí junto al camino sigue perenne un poderoso nogal testigo de aquellos tiempos. Desperdigadas entre la maleza y como si las hubiera estado guardando para nosotros, tuvimos la suerte de encontrar unas cuantas nueces que se rompian fácilmente al pisarlas un poco. Fué emocionante comerlas, igual que ellos hicieron casi 50 años atrás, y además estaban muy dulces.
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