Por fin en Izki

Ayer, viendo que el dia despuntaba despejado, decidimos poner rumbo a Izki porque hay que aprovechar cualquier dia bueno que salga ya que tal como ha ocurrido otros años, entre lo malo que se presenta el tiempo, toda la gente que va y lo corta que es allí la temporada para usar sus barbacoas, tenemos muy pocos dias para poder disfrutar de este paraje tan maravilloso que es Izki y nos encanta perdernos en este barranco tan cautivador. Asi que saqué del congelador conejo, pollo, choricillos....y los metimos a toda prisa en la cesta junto a la botella de champán, imprescindible y fardona porque al descorcharla con su potente plop causas un silencio expectante entre quienes allí están comiendo y una gran envidia de paso. Llegamos pronto para coger buen sitio, los chopos estaban polinizando y parecia que nevaba. Las semillas esparcidas formaban una inmesa alfombra blanca. Aquella es una zona muy alta y todavía la primavera está en todo su esplendor haciendo de las suyas y por ello, tras admirar durante un buen rato la escena y desplegar todos los bártulos llenando de carbón la barbacoa, nos paseamos cuesta arriba hacia el mirador y el castillo de los moros, admirada de mi buena forma este año, no como el pasado que no podia ni con mi alma subir medio metro. Tras pasar un buen rato en el mirador comprobando que todas las montañas que nos contemplaban estaban en su sitio dándonos esa seguridad de permanencia que da la naturaleza, cargados de energía bajamos hacia la taberna de Korres que ahora la llevan unos gazte oso jatorrak eta gara egunkaria irakurtzen ari ginen oliba beltzak hartzen oso lasaiak gainera. Tras el aperitivo bajamos al lorategi que Diputación nos prepara con tanto mimo y que cada año está mas bonito y frondoso y preparamos una deliciosa paella de conejo con los choricillos de aperitivo y mientras estábamos comiendo aprovechamos las brasas restantes para asar unos muslos de pollo al aroma de albahaca que nos quedaron estupendos y los comeremos durante la semana. Bebimos la botella de champán sin enterarnos y acabamos la comida tumbados al sol sobre la hierba con un chupito de crema de café en la mano. La siesta al sol nos devolvió los buenos recuerdos de los 8 años que llevamos yendo allí y después por el camino a Bujanda caminamos hacia la presa donde en su cascada nos sacamos esta foto. A la vuelta me hubiera gustado convertirme en águila para haber planeado el barranco por encima de sus árboles haberme posado en alguno de sus riscos para admirar con mas plenitud el paisaje.
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