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Y llegué al Perú y no me quería marchar

Y llegué al Perú y no me quería marchar

Salimos de Barajas a las dos de la tarde y después de 12 horas de viaje, muy bien llevadas porque casi todo el rato fuimos durmiendo, llegamos al aeropuerto del Callao, allí era de noche y las 8 de la tarde. Lo primero que me impactó fué el olor a salitre, un penetrante olor, fuerte y delicioso y ver a los peruanos, que estaban esperando a sus familiares con pancartas cariñosas. Nó me imaginé lo nerviosa que me puse al sentir aquel ambiente tan familiar. Llegamos al hotel y con eso del cambio de hora a las 4 de la madrugada y mis ganas de visitar el lugar donde viví, ya estábamos despiertos, asi que esperamos al desayuno y a las 7 de la mañana estábamos paseando por Miraflores. Visitamos la primera iglesia que vimos para dar gracias por el viaje tan bueno y pedir suerte y facilidad para el resto del viaje y bajamos hasta el mirador del acantilado, ya que todo lo habitable de la costa está en un alto y los kilómetros de playa inmensa quedan a tus pies. Nos quedamos extasiados mirando al Pacífico, qué inmensidad, qué precioso y qué poderío de mar. Yo quería ir a La Punta pero antes tuvimos que visitar primero la ciudad de Lima, con su plaza de Armas, sus museos arqueológicos, sobre todo el situado en el antiguo Banco de Reservas de Oro del Pérú, las catacumbas de los franciscanos, el santuario de Santa Rosa de Lima y la casa de San Martin de Porres que estaba enfrente y de la que tanto hablaba mi madre. Luego, aunque intentamos comer en el mercado central, no pudimos porque estaba lleno asi que corriendo cogimos un taxi que nos llevó hasta la mismísima punta de La Punta con intención de comer allí y visitarla a fondo para encontrar mi casa....y ahí empezó lo emocionante.....  

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