Al norte de Araba
El conjunto monumental de Quejana en el valle de Ayala era lo único que nos quedaba por visitar del interesante patrimonio que descubrimos este mes de septiembre en la ruta de las ermitas por este valle. La visita fue una agradable sorpresa pues no imáginábamos la inmensidad arquitectónica que luego admiramos. Aquello habla de una época en la que este territorio que hoy parece tan apartado de las rutas habituales, en el siglo XIII y hasta finales del XVIII fue muy transitado al ser un importante cruce de caminos de las muchas rutas comerciales que bajaban del norte de la península a la meseta, lo que trajo mucha prosperidad al valle e hizo que las familias nobles se enriqueciesen gracias a los señoríos reales otorgados. Así ocurrió con los Ayala que se destacaron tanto por su papel militar como por su capacidad de gestión, siendo fieles aliados de la Corona de Castilla y decisivos en las luchas de bandos que azotaban el País Vasco. Durante la visita al conjunto monumental, vimos una serie de dependencias comunicadas entre sí: torres, convento, torre-capilla, la iglesia de San Juan y palacio de la familia Ayala. Comenzamos por la capilla-torreón de 25 metros de altura dedicada a la Virgen del Cabello donde se encuentra la cama sepulcral de Pedro de Ayala y su mujer Leonor de estilo plateresco en alabastro de gran calidad y belleza. Ambos aparecen vestidos con lujosos trajes de la época. La escultura está finamente elaborada y sobresalen los detalles, muchos de ellos en oro, como los guantes de ambos y la espada de él. No les faltan a los pies una serie de animalitos que dan de fe de los valores morales en vida de sus ocupantes: leones, perritos fieles y santos que ayudan a realzar el sepulcro. En las paredes se hayan las estatuas yacentes de los padres del canciller, Fernan y Elvira. Este político, fue además diplomático en Europa, un gran ilustrado y famoso poeta que escribió interesantes obras como el Rimado de Palacio y el Libro de la Cetrería. Debió amar a muchas mujeres segun dejó escrito su sobrino y cerca hay un palacio hoy convertido en restaurante que curiosamente fué un regalo que hizo el Canciller a uno de sus hijos bastardos. Debido a sus infidelidades Leonor no quiso enterrarse junto a él en Quejana y lo hizo en el ya desaparecido Convento de San Francisco, en Vitoria. El cuidado de la capilla y del convento se encomendó a las monjas dominicas que lo habitaron desde 1378 hasta 2008. Poco después lo compró la Diputación de Alava. A destacar la copia del retablo del siglo XIV compuesto por tablas representando la vida de Jesus y tres generaciones de donantes de la casa de Ayala en las esquinas inferiores. Mide 2,5 metros de alto por 6,7 metros de ancho y está organizado en dos niveles que configuran un total de diecisiete escenas separadas entre sí por motivos arquitectónicos góticos pintados. Fue vendido junto al frontal del altar por las monjas en 1913 y lo compró un magnate americano que lo donó al Museo de Arte de Chicago donde ahora está expuesto, aunque se cuestiona la validez legal de la venta al carecer de la autorización necesaria de la Santa Sede y del beneplácito de la casa de Alba, sus patronos. Su famoso relicario y otras joyas se pueden admirar en el Museo de Arte Sacro de Vitoria. También visitamos las dependencias del monasterio; su claustro cerrado en los años 80 del siglo pasado con bastante mal gusto, las celdas de las monjas con ventana con rejas para no olvidar que estaban en clausura; la sala donde se recibía a las visitas externas y el inmenso refectorio con puntales de hierro en el medio para evitar el colapso de las vigas del techo. En la mesa de la superiora colgaba una campanita mediante la que ella establecia los tiempos del comienzo y del final de la comida y un altillo con luz natural que permitía a la monja lectora amenizar la comida. La Sala Capitular era muy grande, destacaba el techo de estuco y tenía un bonito balcón enrejado con unas vistas magníficas del valle desde donde se veía la espadaña de una antigua iglesia cuyas campanas servían de aviso para las emergencias de aquel lugar. En la sala había unos grandes armarios etiquetados que contuvieron tesoros del convento y vestiduras litúrgicas. Pasamos por laberintos de pasillos y llegamos hasta el gran coro de clausura de la iglesia parroquial del titular San Juan Bautista que tiene retablo barroco, En el coro destacaba un gran facistol y un Cristo gótico que antes presidía el altar de la iglesia. La iglesia tiene entrada por el palacio, por el monasterio y por el patio de entrada donde está la capilla-torreón y en ella hay restos de los antiguos sepulcros de los padres de Pedro de Ayala que ahora están en la capilla-torreón. Además destaca un púlpito de hierro forjado que se quedó colgado de la pared sin acceso. Escaleras arriba llegamos a la parte más alta del torreón de ventanas palaciegas y bancos de piedra con un alto techo de madera sustentado por pequeñas vigas circundantes. No pudimos visitar el inmenso palacio de dos torres, tres plantas con patio abierto y claustro de galería arqueada, porque todavía están restaurándolo. La verdad es que no sabría reproducir el recorrido que hicimos por la cantidad de giros y vueltas que dimos por todo el conjunto con paredes comunes. Me pareció un laberinto bien organizado. La sensación que tuvimos durante todo momento fue la de estar visitando unas potentes joyas arquitectónicas del medievo alavés en las que esta poderosa familia ejerció su gran poder económico, militar y cultural durante mucho tiempo. Al salir te topabas con el camino Real de la Sopeña, por el que circularon las mercancias que venían del Cantábrico y de los valles burgaleses y que cayó en desuso en el siglo XVIII cuando se creó el puerto de Orduña ypor el que los carros tirados por ganado podíancircular con mayor comodidad y seguridad. En la foto estoy en la capilla-torreón de la Virgen del Cabello, con la copia del famoso retablo de tablas góticas junto al sepulcro de los Ayala.
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