Entre elefantes, arrozales, ríos, palmeras y campos de té

Casi 30 horas nos llevó llegar a esta isla tan desbordante de naturaleza con un salto horario hacia adelante de casi 5 horas. Como acababa de amanecer, nos llevaron a conocer el campamento de elefantes de Pinnawela y disfrutamos viéndoles tranquilos retozar en el río y jugar entre ellos. Sus cuidadores les echaban agua y les frotaban la piel. Dormimos en Sigiriya y el siguiente amanecer lo vimos en lo alto de la Roca del León, una fortaleza de roca del siglo V con los restos del palacio situado en lo alto que forma parte de una ciudadela rodeada de jardines. Desde las inmensas garras de entrada a la fortaleza comenzaban los estrechos escalones de tramex sujetos a la roca y daban vértigo. Los contamos por cientos. La subida de 200 metros en vertical duró casi una hora, pero mereció la pena porque la vista de 360º desde la cima fue sobrecogedora. Más abajo las pinturas de bellas danzarinas desnudas dentro de una cueva de la roca daban el toque erótico al conjunto; estanques y otras estructuras y formaciones rocosas veteadas y marmoleadas de bonitos colores verdosos eran merecedores de su declaración como Patrimonio de la Humanidad. Luego vimos la antigua ciudad de Polonnaruwa, también Patrimonio de la Unesco, que fue el 2º reino más grande de la isla y contiene uno de los sitios arqueológicos mejores del país. Aquí se encuentra el templo de Lankathilaka con una colosal estatua de Buda en piedra. Al dia siguiente visitamos descalzos los Templos de la Cueva de Dambulla, famosa por sus notables templos rupestres, con cinco cuevas mágicas de diferentes tamaños, tenuemente iluminadas, decoradas con algunos de los mejores murales y estatuas de Budas tumbados bellamente talladas. Visitamos un jardín de especias locales donde nos hablaron de sus propiedades para diferentes enfermedades y probamos sus cremas y aceites. El dia siguiente lo pasamos en Kandy y fuimos temprano a visitar el exótico Jardín Botánico de Peradeniya del siglo XIV que destaca por sus ricas y variadas colecciones de plantas leñosas tropicales. Ocupa 59 hectáreas y cuenta con unas 4.000 especies de plantas espectaculares en todos los aspectos: árboles gigantes con troncos inmensamente gruesos de alturas increibles, palmeras altísimas formando avenidas; jardines con flores y vegetaciones desconocidas por nosotros que parecían sacadas del jurásico. Un puente colgante nos asomó al ancho y caudaloso río y fue una pena que las orquídeas no estuvieran en flor, porque había mas de 300 en una casita especial para ellas. Luego fuimos a visitar el Templo de la reliquia del Diente porque alberga la reliquia de un diente de Buda y se considera el lugar más sagrado e importante para los budistas del país. Habia ceremonias y estaba lleno de gente vestida de blanco. De repente se abrieron los cielos y estuvimos mas de una hora cautivos en el templo esperando que pasara la tormenta. Luego fuimos a un teatro a ver la danza tradicional de Kandyan, con mucho sonido y color, que incluye el movimiento de la cobra, el movimiento del velo y el Ginisila (demostración del control sobre la llama). Todo el show nos gustó muchísimo por el arrojo y la valentía de los danzantes. Al dia siguiente, tras ver otro templo de otra reliquia del Diente de Buda y poder subir por unas escaleras hasta la misma cabeza del Buda, llegamos a Nuwara Eliya, también conocida como "La Pequeña Inglaterra", entre campos de plantaciones de té y potentes cascadas caudalosas, a casi 1.900 metros del altura. Estuvimos en una fábrica de té donde nos explicaron el proceso de elaboración y al estilo británico nos bebimos sus mezclas de tés, destacando el blanco. Cuando llegamos al hotel, vimos que estaba colgado en la ladera y había que subir 30 escaleras para ir al comedor y luego otras 70 para llegar a la habitación, donde no había aparato de aire acondicionado, sino un calefactor, por el frio de la zona. Allí paseamos por el Lago Gregory en lancha y también por su graciosa ciudad con el típico reloj british en forma de torre, donde pudimos beber cerveza imitando a los lugareños desde unos mostradores con rejas, muy de estilo clandestino. Compramos un montón de especias en su mercado local y comimos muy bien en un sitio alejado camino del monte, llamado Themparadu, entre música moderna y gente joven, y luego un tuk-tuk, más monte arriba, nos llevó a tomar café al Nosher, del mismo estilo, entre pasquines de películas y paredes firmadas por sus clientes. Al dia siguiente tomamos el tren hacia Ella y el fascinante trayecto de casi 4 horas fue maravilloso, un traqueteo continuo y relajante entre bosques nublosos de inmensas y muy variadas especies y campos de té en profundas laderas nos transportaba a la época inglesa. Cuando llegamos, fuimos a ver el famoso puente de los Nueve Arcos, de 1921, que es un símbolo del país y lo ves en todos los anuncios. Su arquitectura es perfecta y asombra porque sólo está construido con la piedra que los isleños llevaban con sus propios medios. Al dia siguiente madrugamos para hacer un safari por El Parque Nacional de Yala, que aunque cuenta con la mayor densidad de leopardos del planeta, no pudimos verlos, pero sí disfrutamos de sus ciervos, pequeños elefantes comiendo entre flores de loto en un paisaje precioso de lagunas con una torre de roca al fondo, jabalíes, iguanas, aves de plumajes fascinantes, colas abiertas de pavos reales, cocodrilos y búfalos. En ruta hacia nuestro destino de playa, visitamos Galle, la ciudad más importante de la Costa Sur, con su Fuerte Portugués y Holandés, Patrimonio de la Humanidad. El criadero de tortugas en extinción fue nuestra siguiente parada antes de llegar a nuestro destino final, Bentota, al borde del mar donde encontramos la habitación preparada al estilo honeymoon con pétalos de flores en la cama y una toalla en forma de corazón con más flores, una bonita bandeja de fruta envuelta en celofán con dulces muy dulces ponía el broche festivo. Todo un detallazo. El dia siguiente, último del periplo, lo pasamos relajados bañándonos en las cálidas aguas del Indico, comimos en el Paradise de maravilla, con unos chicos muy enrollados bailando melodías de Bob Marley. El son de esta musiquilla relajante acompañaba el sonido de las olas del mar a pocos metros. Comimos arroz con langostinos y una enorme barracuda a la brasa con ensalada, más arroz y unas hojitas maceradas con especias y limón por encima. Una delicia. Tras el festín, tumbados en las hamacas sobre la arena que nos ofrecieron, esperamos ver el anochecer de nuestro último día en la antigua isla de Ceilán. En el hotel nos tomamos la última botellita de champán del viaje. Ha sido un viaje inolvidable.
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