En Ibiza

Era de esperar que hiciera frio y viento en esta isla en invierno, pero el sol y el cielo azul intenso a diario lo compensó. Alojados en San Antonio junto a la orilla de la bahía, recorrimos su paseo y oímos misa rociera en la parroquia de San Antonio Abad. En la capital subimos a la D’Alt Vila, rodeada de altas murallas, empinadas escaleras, callejas, casas medievales y palacios, la catedral y unas vistas espectaculares al mar. Con el coche de alquiler fuimos a Portitxol entre pinares adivinando el mar bajo sus farallones; Cala Salada bajando 149 escaleras hasta la cala, todas irregulares, la iglesia de Santa Agnés; Cala d’Hort; Cala Tarida con 89 escaleras de bajada y otras tantas de subida; el puerto natural de Cala Corral y la playa de Cala Bassa con impresionantes sabinas retorcidas, donde intuimos la puesta de sol porque se reflejaba en los farallones del fondo en tonos rosados. Visitamos las Salinas y su bonita y grande playa de fina arena donde nos mojamos los pies; luego fuimos al mirador de Vedrás con un enorme peñasco a unos metros en el mar, como se ve en la foto. Vimos la puesta de sol en Cala Comte, escondiéndose el sol tras un peñasco del fondo. Santa Gertrudis, con el campanario mayor de la isla y su devoción a Santa Rita de Casia y al Padre Pio; su calle peatonal con tiendas de ropas ibicencas y chalecos hippies. Luego fuimos a las cuevas de Çan Marça, refugio de contrabandistas junto al acantilado, con bonitas vistas al mar y al peñasco que salía de la cala de San Miguel. Dentro había formaciones kársticas con formas fantásticas y nos pusieron luz, color y música en una cascada de agua cantarina. Recorrimos Aguas Blancas y su playa grande y bonita. Luego San Carlos, con su iglesia y el famoso bar Anita, lleno de casilleros de Correos, donde en su tiempo se reunían los hippies y tomamos su licor de hierbas anisado. Otro dia fuimos a Portimatx, una playa acogedora con un paseo pegando al mar de rocas rojizas y un agua clara y transparente. Un poco más adelante bajamos al puerto, con su playa llena de algas y las barcas con sus aparcamientos naturales en roca. El Faro de Moscater lo dejamos de lado, para otra ocasión. Más adelante la Cala de Serrer. También fuimos a Es Canar, famoso por su pasado hippie, su mercadillo de Punta Arábica y su pequeñísimo puerto de los de antes. Luego llegamos a Santa Eulalia con su gran playa en forma de concha, un puerto deportivo con yates y una costa muy escarpada y montañosa. Otro dia visitamos Sa Punta Galera con vistas a los acantilados inmensos y luego Cala Gració, la oscuridad del anochecer hacía interesante el paisaje con un pescador al fondo. También fuimos a Sa Caleta para ver la cala de Boul y el poblado fenicio que ahora están restaurando y tiene un enclave privilegiado con unas vistas espectaculares. Luego a cala Juncal y a Es Cubels, bajando un poco a mitad de camino de la cala para hacer fotos al agreste paisaje marino. Al subir al pueblo visitamos la iglesia estilo construcción ibicenca de la Virgen del Carmen. Después paramos en San José donde nos tomamos unas cervezas en Can Llorenz al sol del mediodía. La última tarde fuimos a la playa de Binarrás, donde los hippies despedían la puesta del sol tocando tambores. En teoría lo hacen los domingos por las tardes de verano, por lo que no teníamos esperanzas de ver un espectáculo así, pero cuando llegamos empezamos a oír sonido de tambores y allí estaban un buen grupo de unos 8 hombres tocando armónicamente todo tipo de percusión, así que nos quedamos oyéndoles tocar hasta la hora de nuestra última puesta de sol de nuestro viaje a esta isla. Alguien estaba haciendo taichi, había cuadrillas sentadas en la arena merendando y nosotros esperando la puesta de sol al calorcito vespertino. La isla nos ha parecido muy bonita por las buenas vistas de sus calas, de sus playas y sobre todo del color azul del mar y del cielo. Por lo demás, como ya la hemos visto por completo haciendo 500 km de recorrido por sus cuatro puntos cardinales, nos damos por satisfechos. No tuvimos ningún momento de intimidad para escaparnos y tener una cena romántica porque íbamos acompañados, pero bueno, también fuimos mentalizados de que eso podía ocurrir... y es que, estamos tan bien cuando estamos solos que de cada viaje que hacemos nos sale una nueva luna de miel.
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