Las cúpulas azules de la Ruta de la seda

Estábamos situados dentro de Asia Central, en el lugar donde se desarrolló prósperamente la Ruta de la Seda en forma de red de caminos terrestres que unían China con las ciudades occidentales de Alejandría y Constantinopla, capital del Imperio bizantino. El nombre hacía referencia a uno de los productos más valorados de esta red comercial: la seda que se fabricaba en China, pero en realidad el intercambio comercial abarcaba muchisimos más productos que recorrían esta gran ruta en ambos sentidos. El recorrido completo de la Ruta de la Seda abarcaba 6.500 kilómetros que se extendían a través de Asia por caminos que fueron sufriendo variaciones a lo largo de la historia ya que la ruta permaneció activa durante más de 1.700 años. Tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos, en el siglo XV, su importancia decayó, aunque muchos tramos siguieron utilizándose hasta el siglo XX. La Ruta de la Seda no solo fue un recorrido comercial, también fue una ruta de peregrinación religiosa de budistas, musulmanes y cristianos y un espacio de circulación artística y cultural entre Europa y Asia. La Ruta se recorría en tramos y era raro que alguien la completara. Esta red de caminos se conectaba con otras redes de rutas comerciales, como la Ruta del incienso; la Ruta de las pieles; la Ruta de las especias y la Ruta del ámbar. Nos esperaba una interesante aventura y lo que íbamos a comnocer era algo muy diferente a lo que conocíamos de otros lugares del mundo. Cuando llegamos a Tashkent, la capital de Uzbekistán, no podíamos imaginar la arquitectura tan espectacular que íbamos a apreciar en todas las madrazas, mezquitas, palacios y complejos funerarios de este alegre país, recargado de deslumbrantes y bellísimas cúpulas azules y minaretes espectaculares. Las mezquitas y madrazas de Uzbekistán son conocidas por su arquitectura única y hermosa. Una de las características más notables de estas estructuras es que no tienen esquinas. Esto se debe a que, en la cultura islámica, las esquinas se consideran un lugar donde se pueden acumular la suciedad y el polvo, lo que va en contra de la idea de pureza y limpieza que es importante en la religión. Además, la falta de esquinas también permite que la luz entre en el edificio de manera más uniforme, lo que crea un ambiente más tranquilo y sereno. Empezamos la excursión en Tashkent. Allí visitamos el Complejo Arquitectónico Khasti Imam, importante centro religioso del país y una de las joyas de la arquitectura de la ciudad, que incluía las Madrasas Barak Kan y Kafal Shohi, donde ahora hay muchas tiendas de productos típicos y te llama la atención las confecciones de tejidos coloridos y trabajados, en forma de batas largas abiertas por el costado y los burkas tan bordados y bonitos. Luego entramos en la Mezquita Tilla Sheykh y en el Museo del Corán de Usman del siglo VII. Esta reliquia de Corán es única porque en sus páginas se han conservado las manchas pardas de la sangre del Califa Osmán. El libro sagrado fue traído a Samarkanda por Amir Timur, pero a la llegada de los rusos zaristas a Asia Central fue enviado a la biblioteca imperial de San Petersburgo. Después de muchas aventuras y desplazamientos a principios de los años 90 del siglo XX, el Corán se entregó a la junta espiritual de los musulmanes de Uzbekistán. La visita continuó en el impecable y limpísimo mercado Chorsu, uno de los más grandes y antiguos de Asia Central cuyos puestos se disponían en forma circular concéntrica en los que se podía comprar especias, frutas, verduras y sobre todo cortes de carne que tenían muy buena pinta. Por la tarde, tras comer un rico menú uzbeko con mucha verdura, arroz y carne de cordero, pusimos rumbo a Samarcanda. La aventura se ponía muy emocionante.
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